Un equipo de investigadores internacional liderado por la Universidad de Granada ha hecho un repaso de los múltiples servicios ecosistémicos que los cadáveres de cetáceos varados han proporcionado a la humanidad en tiempos pasados y modernos, ante lo que sostienen que las normativas responsables de la gestión de los restos de estos animales «ponen en riesgo la esencial función ecológica que desempeñan en las zonas costeras».
Ballenas, delfines y ejemplares de otras especies han llegado a las costas de todo el mundo, a veces de forma masiva, transportados por las corrientes marinas, y sus cadáveres han cumplido un papel esencial en los ecosistemas costeros debido principalmente al gran aporte de nutrientes para los organismos que las habitan. De hecho, algunas especies, como los cóndores en América, llegaron a especializarse en este abundante recurso.
Gracias al consumo por parte de estos y otros carroñeros, entre otros procesos naturales, los efectos de los nutrientes aportados por los cetáceos varados pueden observarse a grandes distancias tierra y mar adentro. Bajo el agua, tales efectos pueden apreciarse incluso durante décadas tras la muerte del cetáceo, lo cual «conecta íntimamente y durante periodos prolongados los procesos ecológicos que tienen lugar en los ecosistemas terrestres y acuáticos», explican los investigadores.
Según explica Marcos Moleón Paiz, investigador del departamento de Zoología de la UGR y uno de los autores de este trabajo, «desde la prehistoria, los humanos han extraído alimentos altamente energéticos de los cadáveres de cetáceos varados, como la carne y la gruesa capa de grasa que poseen bajo la piel. Además, el aceite derivado de esa grasa era utilizado como combustible para lámparas y los huesos para construir diversas herramientas y tallar obras de arte».
Los usos asociados a los cadáveres de cetáceos han ido evolucionando conforme han ido cambiando las sociedades humanas y en la actualidad el consumo de cetáceos está limitado a un puñado de economías de subsistencia y a algunos países que contradicen la normativa medioambiental internacional.
Según indica Martina Quaggiotto, investigadora de la Universidad de Stirling (Reino Unido), «en la actualidad, una buena parte de los beneficios que los humanos podemos adquirir de los cetáceos varados tiene que ver con su valor científico y educativo, tanto in situ como en los muchos museos en los que se exponen esqueletos y otros restos. También hay un creciente interés entre la población general y los ecoturistas, no solo por los propios cetáceos varados, sino también por la oportunidad de observar y fotografiar los abundantes animales que se acercan a ellos».
RESTRICCIONES
Sin embargo, este trabajo revela que gran parte de las zonas costeras está actualmente sometida a restrictivas regulaciones que obligan a eliminar con celeridad los cadáveres de cetáceos varados para evitar las molestias para la población local y el turismo de playa derivadas del proceso de descomposición del cadáver; por ejemplo, malos olores. Los investigadores señalan que esto impide que los cetáceos varados cumplan su complejo e indispensable papel ecológico y limita los beneficios que los humanos pueden obtener de ellos.
Exceptuando las costas más remotas y despobladas, donde aún se permite la descomposición natural de los cetáceos varados, las prácticas más frecuentes de eliminación de los cadáveres consisten en su enterramiento, incineración o transporte a vertederos.
Este trabajo pone de manifiesto la necesidad de revisar las actuales normativas sobre la gestión de los animales varados, para hacerlas medioambientalmente más amables, y que contemplen las singularidades de cada caso, ya que las medidas a aplicar pueden depender del contexto ecológico y social. Las alternativas incluyen el transporte de los cadáveres a reservas marinas cercanas y otros enclaves costeros poco transitados, además de delimitar pequeños tramos de playa o periodos del año en los que se controle la presencia humana.
«Datos preliminares de nuestro grupo de investigación indican que los animales carroñeros de nuestras costas pueden ser sorprendentemente eficientes en reducir el cadáver de un cetáceo de pequeño tamaño a unos cuantos huesos, por lo que las posibles molestias ocasionadas por la descomposición de estos cadáveres serían efímeras».