¿De qué nos sirven unas formas exquisitas si el fondo es una ciénaga? Los cofrades nos hemos acostumbrado a buscar la perfección en cada paso. Cirio recto, encaje perfecto, afinación inmejorable… Canción sin emoción. La búsqueda continua de la perfección estética nos ha metido en un callejón sin salida en el que, lamentablemente, no hay espacio para maniobrar y dar marcha atrás. Todo lo que no sea perfecto no vale. Y, amigo, la perfección siempre se ve, pero pocas veces se siente.
¿Es acaso negativo buscar la perfección estética? En ningún caso creo que esto sea así. Pero sí ocurre que en ese camino de búsqueda de lo sublime se va dejando de lado el fondo. El manido mantra de altares preciosos e iglesias vacías es una buena vara de medir. Nos hemos acostumbrado a colmar nuestra fe por los ojos de una forma cada vez más exacerbada.
En el pasado vía-crucis viví varios momentos cercanos al bochorno que, dicho sea de paso, bien podría haber protagonizado yo mismo hace tres lustros. Comentarios y reflexiones de generaciones jóvenes que han convertido a las hermandades en una competición estética. Las cofradías hoy son vistas como una afición en la que las formas son lo único.
Además, no es en absoluto un mal que afecte a esas generaciones jóvenes en edad, también abunda entre grupúsculos pueriles cuyo única forma de entender a las cofradías es quedar por encima del otro.
Para que exista lo bello ha de existir lo que no lo es. Igual que para que exista aquello lleno de valores tiene que existir el conjunto vacío. El mayor de los males es buscar la belleza sin fondo. De nada sirven músicas espirituales, escenarios inigualables y perfectos cortejos si en el centro de todo sólo aparece el ego de un mediocre.
Coda: La luz, por tenue que sea, siempre es bienvenida. La llama de los cirios, por pocos que sean, calienta y alumbra. Que no se olvide.
F.J.CRISTÓFOL