El pasado domingo Jordi Évole se despedía con una última entrevista de José ‘Pepe’ Mujica, que a pesar de haber sido presidente de Uruguay, un país de apenas 3 millones y medio de habitantes, sus ideas y reflexiones han cruzado tierra y océano hasta que este «viejo loco con el don de la palabra» ha empapado de su filosofía a medio mundo.
Así se define el líder de masas uruguayo a sus 89 años y así espera que lo recuerden cuando muera, según expresó en una entrevista en 2024 después de que le diagnosticaran un cáncer de esófago en el mes de abril que ha acabado expandiéndose y del que ha renunciado a nuevos tratamientos.
«Cuando la muerte quiera venir, que venga», le decía a Évole un lúcido Mujica que contempla el final de la vida erguido y de frente.
Y es que, quien también fue guerrillero y senador en el país sudamericano ha repetido en varias ocasiones que se irá tranquilo porque deja un gran legado en un importante punto de inflexión de la historia pues, según advierte, «no estamos en una época de cambio, sino en un cambio de época».
Doce años de soledad
Debido a su actividades dentro del grupo guerrillero de izquierda Los Tupamaros, que operaban contra el régimen militar, Pepe Mujica fue arrestado y encarcelado en prisión, donde permanecería aislado y torturado durante doce años por la feroz represión del gobierno uruguayo durante la dictadura cívico-militar (1973-1985).
La mayor parte del tiempo la pasó en condiciones de confinamiento extremo, sin contacto con otros prisioneros, en una celda tan estrecha que resultaba complicado moverse.
«Nos tocó pelear con la locura, porque en ese tipo de prisión buscaron que quedáramos lelos. Y triunfamos: no quedamos lelos”, relató durante la presentación de la película ‘La noche de 12 años’ sobre su vida en cautiverio.
Aun así, la tortura psicológica le llevó al punto de hablar con objetos como piedras o la cuchara con la que comía, como forma de combatir la desesperación, aunque su mayor herramienta para ello fue la lectura. De hecho, el que fue Tupamaro dice haber «caminado» junto a ciertos autores durante su estancia en la cárcel, como es el caso de Gabriel García Márquez, a quien dedicó unas profundas palabras tras su muerte en 2014.
«A él y a otros mi soledades acudieron. Cuando uno está muy solo y trata de conversar con el hombre que lleva adentro, este está lleno de los mejores recuerdos de su vida, y algunos de ellos eran mariposas e imágenes García Márquez», expresó respecto a sus doce años de soledad.
El amor y un liviano equipaje
Sin duda, el amor fue otro factor indispensable en su vida para que la esperanza no lo abandonase, ya que se aferraba al deseo de volver a ver a su amada. ‘El Pepe’ y su actual esposa Lucía Topolansky se conocieron en sus tiempos de militantes de los Tupamaros y, a pesar de permanecer separados doce años, en los que Lucía pasó cuatro de ellos también entre rejas, se reencontraron cuando ambos recuperaron su libertad, con el fin de la dictadura.
En 2010 se convertirían en Presidente y Vicepresidenta del país sudamericano por el partido progresista de izquierda ‘Frente Amplio’ (2010-2015). Su amor es, por tanto, una narrativa fusionada con la historia política de todo un país. Su relación no solo es un símbolo de resistencia personal, para muchos lo es también de la resistencia colectiva de una generación que luchó por la libertad y la democracia.
A día de hoy, ambos viven a las afueras de Montevideo en una chacra, una finca agrícola, fieles a la modesta forma de vida agrícola en la que creen y siempre han defendido.
«O logras ser feliz con poco y ser liviano de equipaje, porque la felicidad está dentro tuyo, o no logras nada», ha apuntado más de una vez el expresidente, quien no se considera pobre «un carajo», sino «austero».
Asimismo, el pasado domingo, Mujica le contaba a Jordi Évole que se consideraba «biológicamente optimista»:
«¿Por qué? Yo que sé. Ahora tengo un cáncer, sé que me voy a morir pronto, pero no pienso en la muerte, sigo haciendo proyectos. Mañana me despertaré muerto y… chao», expresó.
Así es ‘El Pepe’, «un viejo loco con el don de la palabra» que al final de su viaje, ya en el borde del precipicio de la vida y mirando de frente hacia el abismo de la muerte, se despide con un simple «chao» del largo camino que ha construido y que sabe que no se borrará, porque las huellas de sus pasos seguirán guiando a todo un legado.
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