Cada año, cuando llegan estas fechas en el calendario, se repite uno de los ritos más característicos de este tiempo de preparación que precede a la Semana Santa: la Cuaresma. Los templos guardan mayor recogimiento, la paleta de colores azules, magentas y añiles cobran más presencia en la estética religiosa y las imágenes de la Virgen María se visten con un atuendo más sobrio: de hebrea.
La Cuaresma, que comenzará el próximo 5 de marzo con el ‘Miércoles de Ceniza’, es el tiempo del año litúrgico cristiano destinado a la preparación espiritual de la fiesta de la Pascua. Se trata de seis semanas de purificación e iluminación interna. Y en este contexto de sobriedad, las vírgenes cambian su atuendo por un estilo menos ostentoso y más acorde con el tiempo litúrgico.
El motivo de este particular estilo de hebrea no fue otro que la necesidad de innovar a principios del siglo XX, ante los pocos recursos que las hermandades y cofradías tenían para configurar un ajuar adecentado, destinado al atavío de sus titulares. Posteriormente, ‘esta invención’ de un tipo de vestimenta al modo hebrea, se convirtió en toda una moda que impulsó Juan Manuel Rodríguez Ojeda, bordador y diseñador sevillano, y auténtico ‘creador’ de la Semana Santa. Una influencia, la de Ojeda, que perdura en la actualidad y que conforma la Semana Santa que hoy en día se conoce.
La vestimenta de hebrea desprende sobriedad y recogimiento, muy en la línea del tiempo litúrgico que se inicia con la Cuaresma. Este estilo se compone en esencia por un manto azul en raso, con un forro en color blanco para que destaque el doblez en la zona de la cabeza y los hombros. Nuevas tendencias más innovadoras en la actualidad, apuestan por mantos en tonos verdes o morados. En cuanto al color de la saya, se suele usar predominantemente el rojo burdeos. Quizás lo más característico de este tipo de vestimenta, sea el cinturón o fajín que la imagen luce en su cintura. Suele ser de una tela llamativa, a rayas de colores.
Como remate, a las vírgenes se les suele colocar sobre sus sienes una diadema de metal con doce estrellas y una corona de espinas en sus manos, con una ausencia casi total, de otro tipo de joyas, ya que impera la austeridad.
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La impronta inspirada en el modelo de Murillo
Juan Manuel Rodríguez Ojeda, impulsor de los cánones estéticos de los que bebe en la actualidad la Semana Santa que hoy se conoce, se inspiró para el atuendo de hebrea en la impronta de la Virgen María, inmortalizada por el pintor Bartolomé Esteban Murillo. Se trata de una virgen austera, de manto azul y vestido burdeos cuya estética se repite en distintas obras del autor como la Virgen del Rosario (1650-1655) que se encuentra en el Museo del Prado de Madrid.
Murillo fue el pintor español más valorado, admirado y cotizado de su época (1617–1682). Mientras sus amistades trataban con el clero y la realeza, él se pudo dedicar al arte por encargos privados. Tenía mucha más libertad creativa y ganó más dinero, lo que lo convirtió en un artista rico en todos los sentidos.
La Sevilla de cuando nace Murillo resplandece de talento. Era el Siglo de Oro y la ciudad del Guadalquivir era un foco artístico y cultural en una España Imperial, una de las principales capitales artísticas de toda Europa, en la que el oro llegaba a raudales. Se sabe que con quince años se inició en la pintura, probablemente en el taller de Juan del Castillo, y muy pronto vio negocio en los cuadros de devoción, un género de lo más lucrativo. Por ello es más conocido por sus obras religiosas, pero cultivó también el retrato y obras profanas de todo tipo.
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