Tras la renuncia del Benedicto XVI por motivos de salud, el 13 de marzo de 2013 el mundo dio la bienvenida al Papa Francisco. La expectación por la llegada del nuevo Pontífice fue máxima: por un lado se trataba del primer Papa sudamericano, con todo lo que eso supone teniendo en cuenta el número de fieles cristianos de este continente, y por otro, su estilo pragmático, aparentemente más humilde y sencillo que el de sus predecesores -demostrado con gestos como residir en Santa Marta en vez del Palacio Apostólico Vaticano- , sirvieron para hacer de Francisco una de las figuras más influyentes del mundo en poco tiempo.
Su mandato al frente del Vaticano, no obstante, no ha estado exento de polémicas. La importancia y proyección de su figura han hecho que sus opiniones fuesen siempre seguidas con lupa por analistas y medios internacionales, por lo que en su periodo como Pontífice, Francisco también se vio en más de una ocasión en el foco de la crítica.
Una de las primeras controversias originadas en torno al Jorge Bergoglio -su nombre de pila- fue su presunto posicionamiento a favor del gobierno militar argentino (1976-1983) encabezado por Jorge Videla. Las acusaciones, que surgieron desde su propio país, señalaban que el recién nombrado Papa había colaborado con el régimen de la época, llegando incluso a facilitar el secuestro de dos sacerdotes, algo que Bergoglio no solo negó siempre, sino que defendió que su intención siempre fue la de «ayudar a los perseguidos».
En su papel como referente del catolicismo en la actualidad, Francisco optó siempre por un posicionamiento aperturista y un discurso integrador, proyectando una Iglesia en la que cabía todo el mundo. Esto no impidió que su opinión puntual sobre temas tabú como el aborto o la homosexualidad en la Iglesia hirieran sensibilidades en más de una ocasión.
Sin ir más lejos, el pasado septiembre los medios de comunicación internacionales se hicieron eco de unas declaraciones del Papa Francisco en Bélgica en las que catalogaba de «homicidio» la práctica del aborto y definía como «sicarios» a los médicos que llevan a cabo estas prácticas, que resumidamente «están matando una vida humana».
Meses antes, en mayo, Bergoglio ya se había visto salpicado por la polémica, pero esta vez por el tópico de la homosexualidad y la religión. Famosa es su frase de «¿Quién soy yo para juzgar?» y que tan aplaudida fue por miles de fieles en su momento, no obstante, el pasado mayo se difundieron unas citas de la Conferencia Episcopal, con las que Francisco venía a decir que era necesario apartar el «mariconeo» de los seminarios para el sacerdocio y que iban en clara contradicción con su postura mostrada hasta entonces.
Lo desafortunado de la declaración obligó a salir al paso a Matteo Bruni, director de la Santa Sede, quien subrayó en un comunicado el pesar del Papa: «El Papa nunca tuvo intención de ofender o utilizar un lenguaje homofóbico, y pide disculpas a todos los que se sintieron ofendidos, heridos, por el uso de una palabra», aclaró Brun, insistiendo en que, como el propio Francisco había asegurado más de una vez, «en la Iglesia hay lugar para todos, nadie es inútil ni superfluo, hay lugar para todos tal como somos».
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