A simple vista, el enclave pasa desapercibido. La ciudad vive a su alrededor, con su habitual latido bullicioso, aparentemente inconsciente de que existe en ella un rincón donde, por un tiempo, se juntan el arte y el tardeo. La puerta, en plena Cuesta de Gomérez, es austera, de una madera oscura que disimula bien lo que tras de sí esconde. Porque, cuando se abre, la primavera asalta la retina. Al fondo del pasillo, cuyas paredes narran una historia centenaria enraizada en Granada, se encuentra el vergel. Todo es verde, incluso el vidrio de los botellines sobre las mesas, aunque los haces de luz que desprende el sol aportan una capa dorada. Las notas se escapan de las cuerdas de una guitarra para envolver a quienes, despreocupados, disfrutan del espectáculo. Allí, en el Jardín Alhambra, no hay prisa. Solo sonrisas, música, picoteo y, cómo no, cerveza.
El Jardín Alhambra regresa a Granada con novedades por su centenario
Irrumpe un camarero, bandeja en mano, y deja reposar cuidadosamente una copa sobre la mesa. Ahí empieza todo, la reapertura del lugar que Cervezas Alhambra pretende convertir en un paréntesis insertado en la rutina, un lugar donde el latido de la ciudad no perturbe. «Es un oasis urbano, un espacio donde los consumidores pueden entrar de manera gratuita para disfrutar de todas las variedades de nuestras cervezas, de la gastronomía, la música y el mundo artesanal», define Javier Vilar, director de marketing de la empresa. Esta vez, todo es más especial. La marca celebra su centenario, lo que confluye en este emplazamiento para ampliar el abanico de alternativas de ocio que en él residen. «Hemos trabajado con mucho cariño una serie de iniciativas para poder hacer llegar al consumidor todo lo que significa esta marca», apunta.
El jardín se va llenando de risas y brindis conforme el dorado del astro rey empieza a ceder el protagonismo al tono de la cerveza. Junto a cada copa, una anécdota, a veces algún reencuentro, siempre con un aperitivo de acompañante. Hasta que el punteo de una guitarra lleva todas las miradas al escenario. Bajo los focos, Estrella Fernández, Antonio Cortés y Juan Carmona, a cuyo son surge la magia. El reloj se detiene y el acelerado pulso de la ciudad se aletarga en un instante. Es el embrujo de Sosegá, un palo flamenco creado entre varias generaciones flamencas para la ocasión, en homenaje a Granada y a Alhambra.
Un palo sin prisa, «hecho con absoluto respeto y admiración a la música», precisa Vilar, que protagoniza la propuesta de ocio y cultura del espacio. Marida con talleres artesanales y gastronómicos, conciertos y catas para conformar en sí una experiencia completa hasta el próximo 18 de mayo. En la parte de arriba, a la espalda de quienes observan la actuación desde una suerte de palco, en la barra despachan una cerveza tras otra. En una mesa, un hombre se lleva la copa a los labios, que sienten la caricia de la espuma. Detrás, otro joven mira el reloj para descubrir que en realidad, los minutos siguieron pasando en algún plano de la realidad distinto. La tarde se había acabado, la pausa solo fue una ilusión y tocaba volver a la realidad al otro lado de aquel portón de madera. Al menos, hasta la próxima.