La escena a las puertas de los supermercados, los que pudieron mantenerlas abiertas, fue de película. El trasiego de ciudadanos, incesante, abarrotaba los pasillos, en los que el nerviosismo cundía bajo la tenue luz de emergencia que, gracias a la acción de generadores alternativos, todavía producía energía. Aunque, claro, era una cuestión de tiempo que el suministro se agotara por completo. Las cestas salían rebosantes de víveres. Decenas de garrafas desfilaron hasta los maleteros de los coches, llenos hasta los topes, acompañadas de suficientes rollos de papel higiénico para recubrir la Alhambra entera. Todo, porque a las 12:33 horas de este lunes, como atestiguaron los relojes detenidos a pie de calle, todo el país se quedó a oscuras. «¡Estamos como locos!», sale Irene apurada. Tras ella, toda la familia, que empuja no uno, ni dos, sino tres carros hasta arriba.
«¿Dónde vamos a meter todo esto? ¡No cabe en el coche!», apunta su pareja, en lo que estudia la fórmula mediante la que encajar la compra en el vehículo. «Estamos haciendo previsión por lo que pueda pasar. Esperamos que vuelva la normalidad dentro de un par de horas -alerta de spoiler: no sucedió así-, pero por si acaso, llevo las necesidades básicas. Sobre todo, latas de conserva, leche, patatas y papel higiénico por lo que pueda pasar, porque la gente se alarma y en la pandemia se quedaron sin existencias», precisa Irene, que se congratula porque en el supermercado que ha elegido todavía se puede pagar con tarjeta. «Yo he comprado como si no hubiera un mañana, pero espero que esto vuelva a la normalidad lo antes posible», apunta, sin esconder la inquietud. «Estamos un poco expectantes por ver lo que pasa. Llevo desconectada una hora y media o así, espero que cuando lleguemos a casa pueda informarme mejor», desea.
Ángel sale también con recursos para, al menos, un par de días. «Tenemos un bebé y hay que adelantarse un poco», lanza una mirada cómplice a su pareja, que sostiene al pequeño en sus brazos. «Muchos amigos que viven en otros países nos han contado que también tienen apagados todos los hogares», expone, antes de reconocer que «da un poco de miedo». «He comprado lo básico, agua, comida para el bebé, comida que aguante sin luz y que podamos comer durante un tiempo, como pan, jamón y esas cosas», detalla.
Los supermercados, cierres obligados o actividad frenética como en pandemia
Juan Ramón, en cambio, ha improvisado al toparse con semejante situación. «Venía solamente a comprar pienso para los perros y, ya viendo, he aprovechado la ocasión. Me llevo un poquito de carne, no mucha porque los frigoríficos no van a marchar. Papel higiénico… cuatro cosillas. Más de lo que tenía previsto», admite. La tesitura le dibuja una sonrisa nerviosa, aunque sus palabras rezuman una sensación bastante alejada. «Genera un poquito de terror, no sabemos lo que puede tardar», incide. Por ello, se lleva víveres «para un par de días, para hoy y para mañana».
A unos metros, en otro supermercado se repite la trama apocalíptica. Todo es lúgubre en el interior, con decenas de personas que recorren los pasillos de cabo a rabo para marcharse con el depósito lleno. Su encargada, que prefiere mantener el anonimato, explica a 101TV que la tienda sigue funcionando por sus generadores, aunque consciente de que tarde o temprano la energía se acabaría del todo. En ese momento, le suena el móvil. «¿Cerramos? Vale. Chicas, cerramos. Terminad de atender a quienes tenéis en caja y nos vamos», indica, antes de echar la llave.
Al lado, otra tienda se resiste a bajar la persiana. «Me ha pillado de camino, llegando ya», apunta la responsable, a lo que ha añadido que Pablo, colaborador del negocio, «si estaba aquí». «De repente, se ha ido la luz. Estamos sobreviviendo porque los ordenadores tienen un sistema de emergencia, supongo que funciona con unos generadores, y hasta que aguanten estamos aquí. Podemos cobrar en efectivo, el lector de tarjetas no va. A ver qué pasa, un poco incomunicados también, porque tampoco tenemos mucha línea con responsables de la empresa», detalla, sumidos en la oscuridad los pasillos a su espalda. «Estamos notando que han entrado clientes, sobre todo, para comprar velas, papel, cosas rápidas para seguir el día. Y un poco de miedo en la gente», agrega. En estas, emerge de las sombras una clienta, que se dirige a la caja. «Ya se ha acabado, esto ya no…», se disculpa su compañero. «Ni en efectivo ni nada, ¿no?», insiste la mujer, que se quedaría con las ganas. «Nada», lamenta el dependiente.