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La OTAN, paraguas frente a la tormenta rusa

Sesenta días se cumplen de la maldita guerra en la que se desangra Ucrania mientras la ayuda militar de la OTAN llega con cuentagotas, incapaz de intervenir debido  a su reglamento y también para evitar la guerra abierta contra Rusia, limitándose a incrementar su fuerza operacional en Polonia y estados bálticos en la principal línea defensiva de la alianza en caso de desbordarse el conflicto. Llegar a protegerse de esta tormenta bajo el paraguas de la alianza es motivo de consulta popular urgente en países tradicionalmente neutrales como Finlandia o Suecia que ven amenazados sus territorios en un futuro a corto plazo a imagen de lo que le está sucediendo a Ucrania, así es que ambos países escandinavos han solicitado ingresar en este club para disuadir a Rusia.

Hoy en día la Alianza Atlántica es el club defensivo más amplio de la historia, formado por 30 países a uno y otro lado del Atlántico Norte, desde Canadá y Estados Unidos pasando por Islandia hasta la mayoría de los países europeos, muchos de ellos socios económicos también de la Unión Europea, sumando una población de casi mil millones de habitantes y un gasto militar conjunto en torno al 55% del total planetario, muy por encima del 8,2% del presupuesto ruso.

Un bloque aparentemente compacto aunque peculiar por la pertenencia de socios ideológica y económicamente amigos del ruso, véase la Turquía de Erdogan, guardián del mar Negro controlando el paso de navíos militares por los estrechos del Bósforo y Dardanelos, o la Hungría de Orbán un aliado díscolo y amigo por el interés del gas.

Nacida en 1949 en Washington en los inicios de la guerra fría contra el totalitarismo soviético que avanzaba como un tsunami por los países del este de Europa, incluidas China, Corea y Vietnam en extremo Oriente, polarizando al mundo en dos bloques antagónicos, comunismo versus capitalismo. Liderada por Estados Unidos y aglutinando a los países aliados occidentales que derrotaron a la Alemania nazi, la Organización del Tratado del Atlántico Norte inicialmente estaba formada por las democracias occidentales, convertida en vencedora en 1989 por cao técnico sobre la Unión Soviética y sus aliados satélites del Pacto de Varsovia, también organización militar paralela del otro lado del llamado Telón de Acero, que dividía ideológicamente Europa central desde el Báltico al Adriático.

Una vez desmembrado el antiguo régimen soviético y su alianza en 1991, sus antiguos países satélites solicitaron el ingreso en este club buscando la protección defensiva por si alguna vez el oso ruso levantara de nuevo de su letargo, la historia reciente recordaba a las Repúblicas Bálticas, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria lo que había sido estar bajo esa constante amenaza durante más de cuarenta años, así que las incorporaciones fueron progresivas desde los años finales de esa década y especialmente desde el comienzo del siglo XXI tras los ataques terroristas del integrismo islámico, nuevo enemigo común convertido en seria amenaza mundial.

A raíz de la reanudación de la política expansionista rusa en el área del Cáucaso, Georgia y Ucrania en la cumbre de la alianza celebrada en Bucarest en abril de 2008, iniciaron los trámites de incorporación a la alianza para proteger sus fronteras, este paso y la independencia de Kosovo puso en guardia a Rusia acelerando su decisión de no permitir un nuevo avance de la OTAN en el lado de su tablero, y así en un ataque relámpago invadió el territorio georgiano en agosto de 2008 argumentando la defensa de los ciudadanos de origen ruso de las regiones de Abjasia y Osetia del Sur, territorios que

desde ese momento fueron reconocidos ilegalmente por la Federación Rusa como estados independientes en el proyecto ideado por Putin de su Nueva Rusia.

Por consiguiente y a partir de ese momento, los países balcánicos, salvo Serbia, aliado tradicional de Rusia, aceleraron su incorporación curándose en salud de cara a un posible futuro desestabilizador que resucitara un nuevo expansionismo serbio que deseara desquitarse la espina de las intervenciones de la OTAN en su territorio en defensa de Bosnia-Herzegovina y Kosovo. De esta forma se amplió la alianza con Croacia y Albania a las que siguieron estos últimos últimos años Montenegro y Macedonia del Norte.

A la par de las sanciones a Rusia por su intervención en Georgia, la Unión Europea acrecentó su dependencia energética de la misma, dejando a un lado las aspiraciones de Georgia y Ucrania de ingresar en su club y en paralelo al de la OTAN para no seguir tensando la cuerda, y por consiguiente abriéndole la puerta al lobo ruso como viene sucediendo desde 2014 con la anexión de Crimea y la intervención en el Donbás hasta hoy. Un tiempo perdido que Ucrania está lamentando profundamente y la Unión Europea  y la OTAN aún más, un error histórico, que limita de momento su intervención a ayudas humanitarias y de material militar de carácter defensivo apoyando la resistencia numantina ucraniana aunque limitando su capacidad ofensiva frente al implacable avance ruso.

Las amenazas rusas a los países de la OTAN se hacen efectivas atemorizando con lanzamientos de misiles crucero sobre objetivos próximos a la frontera polaca, principal vía del suministro militar y mostrando la capacidad de alcanzar el territorio norteamericano con su nuevo misil balístico hipersónico Satán II. Advertencias para pensarse el aumento de la ayuda militar a Ucrania por la imprevisible actitud del psicópata ruso de desatar el armagedón nuclear, única baza militar que le queda después de verse las carencias de su ejército, obligado a retirarse de sus objetivos principales.

Los escenarios posibles tras dos meses de cruenta guerra son claramente el desgaste del ejército ruso incapaz de resolver su especial operación ya enquistada desde su fracasada intención de resolverla en unos días, o bien que el apoyo de Estados Unidos y sus aliados se traduzca en material ofensivo que permita recuperar al ejército ucraniano las posiciones territoriales perdidas hasta ahora, tomando la iniciativa. En este supuesto caso, el ejército ruso podría desatar el apocalipsis que tanto se teme en Europa y la conflagración se haría mundial.

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