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Lo de los camareros

Óscar tiene un bar. Óscar abre su bar antes de las 7 y mientras le va dando a la cafetera y a la plancha, revisa los baños, rellena las cámaras y recuerda que tiene que llamar al de la Mahou, pone la tele y escucha de fondo las noticias de Antena 3. La voz de la presentadora detiene su rutina. Óscar escucha atento mientras lee un rótulo: “España se queda sin camareros. La gran renuncia afecta de lleno al turismo en el año de la recuperación”. Óscar, que trabaja todos los días, alguna vez se coge una tarde libre y hace algún plan con la familia, se acaricia la barba y, como en la canción de Drexler, piensa que la vida es más compleja de lo que parece.

Óscar lleva toda la vida en hostelería. Es autónomo, de los que paga por tramos. Compró parte del bar familiar en el centro, asumiendo una gran deuda, y le ha acabado cogiendo gusto a un curro que solo el que lo ha trabajado sabe lo duro que es. Tiene cuatro camareros contratados y una cocinera. En tiempos de su padre y sus tíos, la plantilla llegaba a ser casi el triple. No le va mal pero, insisto, es un trabajo muy duro: muchas horas, todos los días, fines de semana, cuando los demás estamos ociosos, cubriendo bajas… Los de Antena 3 siguen dando la noticia que le ha parado frente a la tele: “la escasez de camareros pone en un brete a la hostelería”.

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Óscar sabe que hay múltiples razones y que las cosas nunca son fáciles o no suelen ser solo debido a una cosa. Se queda pensando cuando un tertuliano horas después, en el mismo canal, opina que el único problema son los sueldos. O cuando un ex torero la lía diciendo que “cuesta muchísimo” encontrar profesionales de nacionalidad española que quieran trabajar “porque hay muchas pagas”. Son las nueve y pico de la mañana y él sigue poniendo desayunos y recuerda que tiene que ir al gestor y que lleva demasiados días sin parar.

Óscar sabe, por delante, que el gran pecado capital del sector es que en muchos casos se abusa de los horarios. Nada de ocho horas sino doce o catorce del tirón y, en algunos casos, en horario partido. Él se ajusta al convenio y nadie de los suyos pasa las 40 horas “pero no todo el mundo lo hace”, se dice. Además, la gente no quiere trabajar los fines de semana. Cuando piensa en esto, piensa en lo de la “gente”. ¿Qué es la gente?, se dice. La gente no es nadie porque la gente somos todos, ese conjunto indeterminado de personas, siempre son ellos, los otros, España, los catalanes, los de derechas, los de los bares, los de las fiestas…, “creo que nos cuesta ser parte de la gente”, concluye.

Llega uno de sus clientes de toda la vida, que ya es un amigo y que se llama Víctor. Como siempre, se sienta al fondo de la barra y lee el Marca y, otra vez, lo de Mbappé en portada pero el tema de la “falta de camareros” se impone como contenido premium del día. Óscar, que lleva unas horas dándole vueltas, le dice a su colega-cliente: “No es un problema solo de la hostelería, un repartidor de la empresa Ceres, los de la Mahou, cobra 1.400 € de entrada, no sé si brutos o netos, con 15 pagas y no encuentran gente…”, y añade “porque, dicen, que el trabajo es duro”.

La tertulia de barra se anima con varios parroquianos más. Uno que es taxista insiste en que la gente, otra vez la gente, “no tiene la necesidad urgente de trabajar…, que si los subsidios…, que si las pagas…”. Otro, uno del barrio, cree que aunque “el problema es general es más acuciante en las zonas turísticas porque es trabajo de temporada y no da estabilidad”. Uno de los mayores, un sabio de bar llamado Juan “El Botijo”, dice lento: “la sociedad debería recuperar el espíritu de esfuerzo y trabajo”. Y Óscar piensa que ese es otro de los problemas y que las cosas no son ni blanco ni negro, que la vida no es esto o aquello. Los camareros que trabajan con Óscar han parado y escuchan y la cocinera ha salido y también querría decir algo. Todos hablan del tema, lo de los camareros.

Óscar ha aprendido a callarse ciertas opiniones con los clientes pero sigue rumiando y termina dando su opinión: “a ver, los hosteleros tendremos que mejorar las condiciones, sí, pero eso supondrá un aumento de los márgenes y, aviso, se pueden acabar las cañas de cerveza a 1.50”. Entonces todos los que escuchan, que son la gente, ese conjunto indeterminado de personas, ellos, los otros, nosotros, España, los del bar suben el nivel y protestan, amontonando sus comentarios: “más de 1.50, qué barbaridad”, “como los de las gasolineros”, “al final, lo vamos a tener que pagar nosotros, como siempre”. Entonces se produce un ruido exagerado como un humo negro mientras en la cabeza de Óscar se hace un silencio frío y recuerda algo que decía su padre: “gente mucha, personas pocas”.

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