No sé si España está siendo castigada por las plagas que se asemejan a las bíblicas de Egipto, pero que estamos inmersos en el período más desgraciado y dramático de estos últimos cincuenta años no creo que nadie pueda ponerlo en duda.
Son ya incontables los acontecimientos que nos sobresaltan diariamente sin solución de continuidad, y aunque cada vez me resisto más a ser torturado psicológicamente por las noticias nocivas y sobrecogedoras de la actualidad local, nacional o internacional con las que diariamente estamos siendo machacados por los medios de comunicación, he de reconocer que una de ellas ha despertado estos días mi interés por el especial dramatismo humano que la ha rodeado.
El dantesco tren que el pasado martes cubría la línea Valencia a Zaragoza, era la viva imagen de la barca que, como en la Divina Comedia, relataba el viaje de Dante por el infierno. En esta ocasión cuarenta y nueve personas han vivido la experiencia más angustiosa que un ser humano puede padecer al ver como se adentraban entre las llamas del incendio forestal de Bejís (Castellón). El desordenado desalojo del tren, el pánico de la maquinista, el de los pasajeros y los heridos por quemaduras creo que merecen una detenida reflexión.
Como usuario y pasajero que he sido a lo lardo de muchos años de un medio de transporte como el avión, me he puesto en la piel de esas aterradas personas y me he preguntado: ¿qué hubiera ocurrido si en unos de los vuelos el comandante de la aeronave hubiera despegado o tomado tierra en el centro de un huracán? ¿estaría hoy escribiéndoles “desde mi nube”? La cuestión es que ese riesgo se evitaba y espero que siga siendo así, porque funcionaban las previsiones de la meteorología, la preparación profesional de los pilotos y sobretodo porque las torres de control de los aeropuertos autorizan y garantizan la seguridad de los despegues y aterrizajes de las aeronaves.
En este caso es inconcebible que ante un incendio de esta magnitud no hayan funcionado las previsiones y alertas que están obligadas a tomar el operador ferroviario RENFE y ADIF para la conducción y seguridad de sus trenes y pasajeros. No menor es la responsabilidad de las autoridades del Gobierno Central y de la Comunidad Autónoma de Valencia concernidas por los graves incendios que afectan a las carreteras y red ferroviaria de su región y cuya descoordinación y silencio ha generado una gran confusión.
Remitirse a una investigación como habitualmente hace el inefable Marlaska es aumentar la desconfianza e inseguridad de los ciudadanos ante la incompetencia e ineptitud de unas administraciones cada vez más politizadas e influenciadas por la capacidad de mentir de quien aun disfruta en la Mareta de unas vacaciones pagadas con los impuestos de los españoles, incluidos los que viajaban en el tren del infierno.
Foto: La Gaceta