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Volver a nacer en Nazaret

Todos los años una gran parte de la humanidad ilumina de una forma extraordinaria las calles y plazas de sus pueblos y ciudades huyendo de la oscuridad de la noche para acercarse a la luz que proyecta la alegría de una buena nueva: el nacimiento del niño Dios.

No se trata del mero recordatorio de un hecho histórico y extraordinario como es que el Dios mismo hecho hombre se alumbre al mundo en un minúsculo rincón de la tierra  llamado Belén y en un territorio señalado hoy por las trágicas disputas entre judíos y palestinos : “Y tú Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los clanes de Judá, porque de ti saldrá un caudillo, que apacentará a mi pueblo de Israel” (Mateo 2,6).

Se trata de hacer renacer, al calor de una sencilla familia de Nazaret, la esperanza de que Dios vino al mundo para permanecer entre nosotros  : “Ya no es el Dios lejano que, mediante la creación y a través de la conciencia, se puede intuir en cierto modo desde lejos. Él ha entrado en el mundo. Es quien está a nuestro lado. Cristo resucitado lo dijo a los suyos, nos lo dice a nosotros: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Benedicto XVI. Homilía de Nochebuena 2009)

Vivimos hoy atribulados por las pequeñas o  grandes preocupaciones que a veces nos agobian: las enfermedades sobrevenidas, penurias económicas o laborales, la creciente violencia en el ámbito de las familias y las relaciones personales, una permanente crispación en el debate político y en los propios medios de comunicación o las deprimentes noticias de guerras, violencia y catástrofes con las que diariamente los medios de comunicación riegan nuestras mentes a todas las horas del día.

En esa misma homilía el Papa también decía que “el conflicto en el mundo, la imposibilidad de conciliación recíproca, es consecuencia de estar encerrados en nuestros propios intereses y en las opiniones personales, en nuestro minúsculo mundo privado. El egoísmo, tanto del grupo como el individual, nos tiene prisionero de nuestros intereses y deseos, que contrastan con la verdad y nos dividen unos de otros.”

El estar encerrados en nuestro pequeño mundo privado y el egoísmo grupal e individual nos está conduciendo a un peligroso distanciamiento de la realidad. Pretendemos que nuestra vida se adapte a la verdad que hemos fabricado para nuestro propia comodidad y que los demás también lo hagan. Para un cristiano en estas fiestas de la Natividad del Señor lo importante no solo es el sentimiento de paz y fraternidad que nos deseamos y transmitimos cada año, sino el baño de humanidad, calor y amor verdadero  que nos debemos dar a imitación de la familia de Nazaret en Belén.

Como dice el Papa Francisco “Dios se hace pequeño, se hace niño, para atraernos con amor, para tocar nuestros corazones con su humilde bondad, para conmover con su pobreza a quienes se esfuerzan por acumular los falsos tesoros de este mundo”

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