101tv Málaga

ARTÍCULO OPINIÓN | 365 días más

Por Samuel Solórzano

Su mujer le pregunta una vez más, antes de salir de casa, si de verdad quiere ir. No podemos faltar, le contesta casi con melancolía, a pesar del resfriado que le acompaña casi de manera constante y que le ha hecho pasar un día de perros. Pero ni eso va a hacer que falten a su anual cita. Ella le besa en la mejilla sonriendo, le agarra de la mano, y salen de la casa aceleradamente. Él mira la hora en el móvil. Van bien de tiempo.

Les cuesta llegar. Hay saludos entre amigos y conocidos de camino al lugar de destino. No falla, cuando más necesitas ir rápido, más lento se hace el camino. Ella tira de él en cada parada. Si es que te paras con todo el mundo, le comenta. Y qué quieres, cariño. Si somos cuatro y nos conocemos todos. Al llegar buscan un hueco pegado a la pared. Su hueco. Su pared. El mismo lugar de siempre al que casi le falta el cartel de reservado. Desde allí observan el discurrir de la Cofradía calle arriba perdiéndose en la oscuridad de la misma, solamente iluminada por unos cirios blancos que, indiscutiblemente, señalan quién está a punto de llegar. Tocará buscarlo a Él más adelante.

Los ciriales, justo delante, bien plantados en el suelo, son la antesala de lo que va a suceder en breve. Han dado la curva y se han bajado a la misma vez que el palio, que solo se intuye por la luz que desprende su candelería a través del callejón desde el que se acerca y que ilumina la fachada de una antigua Iglesia. Hay cruces de miradas entre los que están allí. A algunos los conoce de vista. Hay otros a los que recuerda ver en ese mismo lugar cada año. Muchos otros hablan sobre qué Cofradía toca después mientras releen un desgastado itinerario de papel.

Paco Candela Auditorio principe de Asturias

El palio suena con fuerza al levantarse. Se hace el silencio. El pertiguero da dos golpes en el suelo y, como si de uno solo se trataran, los acólitos levantan bien alto los ciriales. Los turiferarios se afanan en cubrir la calle de incienso. Un incienso inconfundible. El mismo desde hace años. Con unos ligeros toques a naranja y canela. Exactamente el mismo que el de ese pequeño saquito de tela que tiene en casa y que huele cada vez que necesita sentirse más cerca aún de Ella. Él cierra los ojos y respira con fuerza ese veneno que se le clava en el cuerpo. Ella le mira y le aprieta fuerte la mano. Sabe cuánto significa para él este momento. Una pequeña sonrisa ilumina su cara mientras la gente se queja de los sahumerios. Un acólito que mueve incesantemente el incensario alza la cabeza orgulloso viendo cómo han cubierto toda la calle del adictivo humo. Mira hacia el lateral a través de las decenas de cabezas, casi buscándole como siempre en esa esquina y le hace un pequeño gesto con la cabeza. Dale fuerte, le dice pronunciando las palabras sin emitir sonido. La pequeña mueca de su boca le hace ver que le ha entendido perfectamente.

Miran hacia la esquina. Ella no deja de apretarle la mano. Mientras todo esto sucedía, la música ha comenzado a sonar. La misma de siempre. Menos mal, otro año sin cambiarla. Su esquina. Ella. Y el mismo sonido de fondo. Decenas de móviles se elevan afanándose en capturar un momento. El corazón le bombea con fuerza. No es nerviosismo o alegría. Tampoco es pena o ilusión. Ojalá algún día la ciencia sea capaz de explicar que es. Aparecen las primeras barras de palio y las jarras de flores. Ni una solo imagen había visto de cómo había quedado montado finalmente, pero vuelve a alegrarse al ver que sigue con sus rosas “de siempre”. La música sigue sonando. No es una marcha fúnebre ni alegre, no hay tristeza y, sin embargo, es dramática, sobrecogedora, melancólica. Es Andalucía. De esas melodías que te atrapan para siempre. Ella lo mira, sabiendo lo que va sintiendo en cada compás de la marcha.

El trono sigue avanzando con firmeza, asomando ya la imagen del discípulo amado. Y Ella. Viene vestida de tablas. Qué guapa viene, piensa para sus adentros. Sus brazos rodean a su mujer mientras reciben algunos empujones de las filas delanteras que tienen que hacer hueco. En el momento justo, se comienza a escuchar la voz del capataz que, firme, comienza a mandar el giro del trono. El palio se mece, casi en el sitio, dulce y suavemente mientras las saetas de la marcha se cruzan una y otra.

El giro se completa mientras la música le sigue arrancando emociones extrañas y el trono comienza a avanzar de frente acercándose a su posición. Y Ella. La luz que desprende la cera ilumina su palio completamente bordado, reflejando su color rojizo en esa especie de arca de la alianza que es un trono de Virgen. Y Ella. Rota por el dolor, desgarrada, esquivando su mirada de la mirada y obviando la ayuda de Juan mientras descienden desde el Calvario. Destrozada por la pérdida de lo que más quería de la manera más cruel posible. De Áquel que verdaderamente descendió a los fuegos del infierno y, milagrosamente, resurgió de los mismos. Y sonríe. El poder de las imágenes. ¿Cómo es posible que ese rostro triste le produzca tanta felicidad? La mira. Y Ella también le mira. No hay gente, ni bulla, los móviles en alto ya ni siquiera le molestan. Durante esos segundos en los que pasa por delante, solo están Ella, él y la banda sonora de su vida. La misma que, recuerda, sonó el día que se casó con su mujer.

Luces de la Concepción

Pasa por su lado mientras las llamadas de cornetas anuncian que la música está llegando a su fin. El palio huele. Huele a rosa, a incienso, a cera, a azahar, a Ella. Es un olor inconfundible. El mismo de siempre. Las bambalinas golpean suavemente las barras mientras avanzan siempre con el mismo paso largo, cadencioso pero potente, enérgico. Como una leona, que diría su mujer. Y a pesar de ello, es elegante, delicado, haciendo que todos se queden embelesados en ese continúo vaivén que es capaz de hacerle perder a uno el sentido del tiempo. La misma esquina de siempre. La misma Imagen de siempre. La misma música de siempre.

El palio continúa andando ya a cierta distancia con su inconfundible caminar atrayendo las miradas de todo tipo de quiénes la observan desde los laterales. Pocos saben lo que a él le emociona ver las caras de la gente que rodea a la Virgen. Todo ha sucedido en un suspiro. Suenan los últimos compases de la música de aquella Virgen que se volvía a la reja de una cárcel. Toques de campana. El trono se baja justo en el mismo instante en el que finaliza la obra. Los móviles se bajan comenzando un trasiego de mensajes de WhatsApp o guardándose en el bolsillo.

La gente a su alrededor comienza a moverse buscando la siguiente cofradía mientras se quedan atrapados junto a esa pared mirando la trasera del palio. Sigue sonriendo. Ella le mira sonriendo igualmente. Sabe que ha recargado la batería del alma para otros 365 días. El trono se alza y retoma su camino de vuelta a casa, siempre con su zancada larga y su movimiento acompasado mientras suena la caja destemplada. Finalmente, se dejan llevar por la corriente humana. Se para y se vuelve a mirar una vez más cómo se aleja. Vuelve a sonreír. Giran la esquina. Vuelve a pararse en seco. Agarra con fuerza la mano de su mujer e intenta esquivar algunas personas hasta volver a doblar la esquina. Saca el móvil y graba un pequeño vídeo de apenas unos segundos a ese palio con manto azul perfectamente colocado. Se queda paralizado mientras sigue alejándose.

Se marchan de allí y, minutos después, abre su cuenta de Twitter y comienza a escribir algo. No, espera, piensa rápidamente. Sale de la aplicación y busca en el WhatsApp a una personita. El corazón verde de su contacto la delata y hace que localizarla sea sencillo. Le manda el vídeo y un escueto mensaje:

“¿Ves, amiga? No hay nada más bonito en el mundo que ver un palio marcharse”.

Otras noticias de interés

Bancosol arranca la Gran Recogida 2024 para llenar la nevera de 30.000 malagueños

101 tv

Coín y Málaga, unidas por una nueva línea de autobús

101 tv

Bendodo demanda soluciones para el transporte en Málaga y la presa de Cerro Blanco

101 tv