La Universidad Rural Paulo Freire Serranía de Ronda-Centro de Desarrollo Rural Montaña y Desarrollo cumple 20 años de andadura. A lo largo de este tiempo se ha ido configurando como un proyecto educativo, cultural y socioeconómico -sin ánimo de lucro- a lo largo de dos décadas (2002- 2022). No es fácil crear una entidad social en una comarca de montaña, aún más, persistir en el intento y consolidarse como un activo para la conservación de la identidad rural frente a la cultura hegemónica de lo urbano, logrando un mínimo de reconocimiento social. Sin embargo, observamos que nuestro sector sigue siendo de segunda división, mientras que las grandes inversiones del medio rural en nuestro país y en Andalucía se mantienen obcecadas en grandes infraestructuras, urbanismo y tecnotodo, cuando cada día hay menos población local que pise las bellísimas calles empedradas y sus modernos edificios públicos vacíos. Es necesario invertir no solo en una formación flexible y adaptada a las necesidades del territorio. Este es nuestro sentido de la ‘innovación’ frente a trampeos de nomenclaturas anglosajonas: mejorar en compromiso desde todos los ámbitos con la tierra, con los pueblos generación arquitectura emocional y cognitiva entre la población: personas y equipos con capacidad de generar ideas, iniciativas sociales y modelos de gestión social. Para esto hay que estar y vivir en el territorio, básico, y confluir activamente con las externalidades.
La apuesta por una animación sociocultural, educativa, económica y agroecológica de los pueblos que diseñe procesos de reflexión colectiva, para buscar soluciones a un futuro en común sacrificial y complejo debiera ser un revulsivo político clave: fijar y atraer población ya se ha convertido en una carrera de moda y aprisa. Algunas voces silenciadas lo advertían hace más de tres décadas. Pero si hay alguna respuesta a la despoblación lógica deberá partir, en primera instancia, del compromiso de sus actuales pobladores y el despliegue de su inteligencia social en conexión con actores externos que amen la tierra (no tecnócratas de laboratorio). La política activa debe de contar y confiar en los valores ancestrales de la sociedad rural agraria (resiliencia) y en sus jóvenes, facilitándoles el camino y no estableciendo redes de burocracia. No hay desarrollo rural sin dignificación del sector agroforestal, lo demás suelen trampantojos. Es como tratar a un enfermo olvidándose del total de su naturaleza orgánica: arte alimentario, arte paisaje, energías, saberes locales en la gestión… Pero esto no se ve o no se quiere ver desde la mayoría de las administraciones públicas. Cada pueblo, cada ente político va a su aire con grandes lecciones de marketing; como si el mismo aire no fuera una cuestión comunal. No hay un marco de trabajo agrupado, debate y mancomunidad de miras y acciones. Totum Revolutum.
Nuestros principios político-filosóficos se llevan a la práctica desde la Cátedra de Dinamización Rural. Con ella se pretende levantar referencias para un modelo de desarrollo rural que: a) no pierda su dimensión agrohistórica —la cultura campesina—; b) enfocado desde cuatro áreas de acción interconectadas: cultura emprendedora (activación y orientación de iniciativas socioempresariales: bodega, trigo recio de Ronda, igualdad social desde la diferencia (género y feminismo), atención social a colectivos en dificultad (biocuidados) y agroecología (soberanía alimentaria-lucha contra el cambio climático), como por ejemplo, el proyecto de I+D+I desde hace décadas de la recuperación de las variedades locales de semillas (Casa de Semillas de la Serranía de Ronda).
Quizá nuestro valor añadido sea la construcción de procesos de investigación-acción- participativa desde las experiencias personales y colectivas del territorio, bajo el marco de la educación popular y la educación permanente definida por la UNESCO. Procurando favorecer una alianza entre el saber campesino local, el saber científico y la iniciativa social; y entre éstas y la emergencia de una nueva ciudad sostenible que sea capaz de ponerse límites en su voracidad ambiental, energética y humana. Recuperando sus relaciones saludables y alimentarias (comercio de proximidad-km 0), mediante la economía circular con el entorno rural próximo y nutriente. En este sentido y con los recursos de los escasos que disponemos se hace lo que buenamente podemos. De ahí nuestra reivindicación de una mayor atención a este sector que trabaja desde la reconstrucción cultural, educativa y política. Construir grupo y cualidad de gestión de ideas es básico para levantar la atonía social de estas comunidades olvidadas.
Lo ineludible: la deuda moral y ecológica contraída históricamente con el medio rural. Un territorio rural agroecológico siempre contribuyó a la ralentización de cambio climático.
El reconocimiento y la revitalización sociocomunitaria del medio y la cultura rural de origen campesino- aldeano (apenas ya resistente), es una estrategia imprescindible para dar solución al principal problema global al que se enfrenta la humanidad: la lucha contra el galopante cambio climático provocado por el modelo neoliberal, que tiene su máxima expresión en la concentración del poder económico en la megalópolis. Puesto que aquella es el sostén biofísico y biocultural para la vida, no solo del medio rural, sino de la sociedad urbana en general. Lo rural representa a la sociedad nutricia. De ahí la reivindicación de la deuda moral y ecológica contraída históricamente con el medio rural y la necesidad de su progresiva restitución. Con medidas que protejan este nicho social y agroecológico, y fundamenten su recuperación cultural, socioeducativa y política-económica.
Un ‘medio rural vivo’ contribuiría sustancialmente a la ralentización del cambio climático, sí se aplican medidas de vuelta a una cultura alimentaria tradicional-familiar, ahora llamada agroecológica desde esta ciencia o “inteligente” en algunos documentos recientes de la U.E.; y, también, curiosamente, por el Banco Mundial (2021), uno de los grandes financiadores del modelo productivo hegemónico1. No puede haber un ideario de “ciudades sostenibles”, si no hay una progresiva desocupación poblacional de las ciudades y el litoral masificado. Es decir, un reequilibrio demográfico, cultural y socioeconómico a favor de aldeas, pueblos y comunidades rurales. Creemos, humildemente, que toda la literatura política de la sostenibilidad quedaría en vana cosmética, si estas armonías territoriales no se generan. La megaciudad, tal como se concibe en sí mismo, difusa, dispersa en el territorio y con grandes cargas de contaminación y gasto energético, es afín a la insostenibilidad integral. Por su propia naturaleza cultural y económicamente despótica, masiva y abrasiva con los recursos naturales, y trato de lo humano. Lo lleva en su genoma. Quizá solo un modelo de ciudad compacta y diversa, mediterránea, de tamaño medio, creemos que podría transitarse ecológicamente hacia un modelo de sostenibilidad..
Para ello, en primer lugar, sería necesario el amplio avance de la Ley de Desarrollo Sostenible para el Medio Rural 27/2007, de 13 de diciembre, «BOE» núm. 299, de 14/12/2007, que está en vigor desde el 3 de enero de 20082. Pero que está congelada en su operatividad práctica y presupuestaria. No olvidemos que ante cualquier contingencia de carácter global (climática, bélica, bacteriológica…), como ahora en el caso del Covid-19, el sector servicios que domina en los países desarrollados, cae a la baja de forma expansiva. Mientras que el sector primario resiste a duras penas, pero resiste; puesto que recae sobre él una responsabilidad social fundamental: producir alimentos y cumplir sus funciones ambientales ecosistémicas: nutrir de aire, agua, energías, materiales, recursos humanos…
Sin duda alguna, el contexto rural por su propia idiosincrasia histórica de resistencia social antes las adversidades (aislamiento geográfico, gestión alimentaria, cooperación ante las adversidades), afronta con mayor garantía un proceso de supervivencia de cualquier índole. Por todo ello, defendemos que es necesaria una relectura de la historia y la importancia del rescate y existencia de la cultura campesino-rural, como salvaguarda cultural para una nueva concienciación aldeo- ciudadana o “agropolitana”3, sobre la cultura alimentaria y la relación equilibrada con los recursos naturales.
Agradeciendo a todas las personas y entidades públicas y privadas que han creído en nuestro trabajo diario, madurado desde el silencio y la humildad, especialmente a nuestra Confederación de Centros de Desarrollo Rural (COCEDER); y haciéndoles partícipes de esta onomástica esperamos que nos ayudéis a seguir corrigiendo errores, y aportando algo de valor de economía rural agroecológica a nuestro territorio. Es decir, invertir en educación, formación y arquitectura de cooperación humana desde una óptica rural. Tecnología, infraestructuras y administración pública han de estar a su servicio y no al revés.
Nadie educa a nadie; tampoco nadie se educa solo; los hombres y mujeres se educan entre si mediatizados por el mundo… La educación se hace algo fundamental en nosotros… educación para el cambio y para la libertad. La opción, por lo tanto, está entre una educación para la ‘domesticación’ alienada y una educación como ‘práctica de libertad’. Educación para la persona -objeto o educación para la persona –sujeto.
Paulo Freire – educador brasileño