Por Salvador de los Reyes
-Ella está para ayudarte. Es seca pero tiene buen corazón. Tú dile que sí y ya está.
Esta mañana no se ha acercado a su despacho de la casa de hermandad. Aunque solo es salir de su enorme portal y girar la calle, hace tanto frío que ha preferido quedarse leyendo en la gran biblioteca que posee la familia. De pronto le sobresalta el giro de una de las estanterías y la aparición de Doña Perpetua.
-¿La he asustado? Creía que el señor hermano mayor le había dicho que la casa de hermandad se comunica con este espacio desde tiempo inmemorial. La camarera mayor mandó desbloquear el sistema para tenerme más a mano. Veo que tiene frío, tómese un chocolate caliente y arréglese que vamos a salir. Le repito que ya se acostumbrará a estas temperaturas de interior porque frío en realidad no hace.
-“Ay, ay, ay, ay, no te mires en el río, ay, ay, ay, ay, que me haces padecer…”.
Mientras las niñas juegan al corro y cantan, ellas caminan por la acera. Se cruzan con chicas prácticamente de su edad que han salido con sus niños pequeños a tomar el sol; otras aprovechan un hueco en el trabajo para hacer algún recado. La miran fijamente. Ella intenta decir hola. Doña Perpetua la frena.
– No salude a nadie. La deben saludar ellas. Y nunca se pare. Su condición y estatus no se lo permite.
– “…porque tengo niña celos de él”.
– Qué costumbres más arcaicas tiene este pueblo.
Doña Perpetua abrió enormemente los ojos torciendo el gesto de tal manera que un niño que venía en brazos de su abuelo rompió a llorar aterrorizado; el perrillo que tomaba el sol en la puerta de la panadería echó a correr; los canarios que cantaban felices en el balcón de enfrente quedaron mudos.
-ESTO NO ES UN PUEBLO, ESTO ES UNA VILLA, que tiene más rango y antigüedad que todos los de la archidiócesis. No lo olvide.
Dos señoras de pañolón verde que tapaban a cosa hecha un inmenso cartel en la cristalera de la pastelería “La Inmemorial” sonrieron mientras salía la dueña, delantal morado, a increparlas, con la pala de sacar el pan del horno a modo de garrote.
-No tapen al Señor de la Túnica Sagrada, cuidadito que les pongo un ojo morado.
Nuestra protagonista y Doña Perpetua visitan las casas del extenso número de camareras verdes octogenarias que la reciben siguiendo el mismo diálogo: septenario, catequesis, ropero. Todos los salones tienen el escudo del Vero Icono sobre las chimeneas y enormes cuadros enmarcados de los sagrados titulares sobre las paredes pintadas en verde. Ella se interesa por los jóvenes del pueblo.
-En la villa, todos los jóvenes están perdidos, menos los del Vero Icono. Ya les conocerá.
-Bueno, están los de la otra…
Doña Perpetua miró con fuego a la más inocente de las camareras, de la que siempre decían que chocheaba a pesar de sus cuantiosos donativos. La pobre señora bajó la cabeza.
Ella se interesó, todas callaron. A la innombrable no se nombra.
– Son preciosas las dos torres de esta villa. Si una es de la basílica, ¿la otra es del templo de otra hermandad?
– Solo hay una torre, fíjese bien, para todas solo existe una, la de nuestro templo mayor.
Ella quedó perpleja.
-¿Sabes usted nadar, querida?
Todas callaron entre susurros.
-“Ay, ay, ay, ay, como se la lleva el río,
Ay, ay, ay, ay; lástima de mi querer…”
Al salir de la última visita Doña Perpetua da un pequeño suspiro de miedo que provocó la risa del lorito verde que tomaba el sol en el balcón de la casa.
-Hola, te tuteo, qué eres muy joven. Soy Rosa, la alcaldesa del pueblo. Tenía ganas de conocerte. Te dejo mi tarjeta y hablamos para quedar. Adiós, Perpetua, sonríe, mujer. ¡Nos vemos!
Perpetua siguió mirada al frente hasta que llegaron a casa.
-Esa alcaldesa es de ideas nuevas. No la llame, no estará bien visto. El señor no la votó. Nadie de la Legendaria la votó. No se relacione con ella. Ya me encargaré yo de que no la moleste.
Ella hizo ademán de preguntar.
-Esa mujer quiere quitar la Semana Santa, nos impone horarios, calles, aforamientos. Quiere controlar nuestros donativos, eliminar el ropero, controlar nuestra labor social. No le hable, no la mire. Cuando note que la ignora la dejará tranquila. No me ponga un pero, señora. No es no. Es por su bien.
Los noes de doña Perpetúa resonaban como las campanas del templo basilical: No. No. No. No.
-Como la voy a llamar si desde que llegué tengo el móvil sin cobertura.
Ella fue acumulando en la libreta de notas de la anterior camarera mayor, con su nombre bordado con letras verdes en la cubierta, R. Del Vero Icono, todo lo hablado con las distintas camareras, tachando, tachando y tachando lo incongruente y desfasado. El septenario es culto, obviamente, pero exigir una homilía de dos horas era del todo innecesario. La formación religiosa, por supuesto, pero charlas cuatro veces por semana, no. Y la caridad… ¿El ropero? ¿Ropa usada para los… pobres? Tachó ropero y pobres. Lo vio tan indigno. Habría que crear otro tipo de ayudas. ¡Una red de contactos!
-Amor, cuando por fin entro en casa no hablemos de temas de camareras, dirige y manda tú como es costumbre. A tu estilo y modo.
Llegó el día del nombramiento. Desde muy temprano las campanas de la basílica tocaron a rebato cada hora. La nueva camarera fue ayudada a vestirse como era tradición por Doña Perpetua. En los últimos días su carácter se había ablandado ligeramente e incluso había aconsejado el vestido, color y tejido para lucir en el acto. Incluso la peina y mantilla, de las según ella, de gran calidad. Mientras nuestra querida protagonista se arreglaba, Máximo, el marido, fue a rezar los Laudes de Caballeros ante el Vero Icono en el templo. Todo como mandaban los cánones.
Un carruaje descubierto esperaba a la inminente camarera a las puertas de su casa que se abrieron y dejaron ver a ese pequeño y frágil pajarillo transformado en bello cisne. Los cocheros y servidores de librea se quedaron boquiabiertos. Camino del templo los balcones engalanados de reposteros verdes estaban atestados de personas que no dejaban de abrir los ojos tanto que incluso uno de cristal cayó de un piso noble y rebotó como una canica hasta la plaza del ayuntamiento. Ella iba erguida en el coche, mirando de reojo a todos los observadores. No acostumbrada a vestir tan formal pero le tranquilizaba el recuerdo de las palabras de Doña Perpetua:
-Disfrute el momento, señora, pero que no se le note. Va usted muy bella.
Todas las camareras la esperaban en las escalinatas del templo sin poder dar crédito a lo que veían: Esta mujer, casi una chiquilla, que venía sentada, hierática y pálida, segura en su pedestal. ¡Y de qué manera! Ella las miró casi de refilón, casi sonrió.
-No mire a los ojos, señora.
El pasillo estaba alfombrado, todo el mundo exclamaba palabras ininteligibles y ella, casi en una nube, tan solo quería llegar a su marido y que terminara cuanto antes el acto. Máximo la esperaba en su reclinatorio de madera noble y terciopelo, orando al Vero Icono, hasta que levantó y la vio horrorizado.
-¡Cómo vienes vestida de terciopelo morado, el color de la otra hermandad del pueblo, la Innombrable?
La basílica casi se derrumbó. Algunas señoras muy mayores se pusieron a gritar Viva la Legendaria antes de caer desmayadas. Doña Perpetua no pudo disimular el gozo sonriendo como no lo hacía desde hacia años. El Vero Icono que parecía observar la escena desde su tabernáculo de plata y marfil comenzó a llorar lágrimas invisibles.
En la cripta de la Hermandad se encuentra nuestra protagonista. Está ante la lápida de Rebeca Del Vero Icono. Pasa su dedo índice por las letras grabadas en el mármol. Le gustaría en ese momento no ser tan respetuosa y golpear a puñetazos hasta romper la tapa del nicho como si con ello pudiera vengarse de un fantasma que seguía existiendo, vagando, sin dejarla entrar en calor.
-Usted no es ella, señora, váyase por donde vino, desaparezca de aquí, Usted aquí no es nada, es ridícula, es absurda su existencia. Váyase para siempre. Nunca será nada, nunca será nadie, nunca será ella.
Máximo se ha deslizado tras su mujer por las empinadas escaleras. Había visto el dedo acusador de Doña Perfecta tras el nombramiento y como ella bajó a la cripta.
-Nunca nos quisimos, fue un pacto entre familias. En los años de noviazgo faltó mi abuela y al ser huérfano desde niño nos quedamos sin camarera mayor. De forma no oficial fue nombrada. Siempre radiante presidió mesas petitorias, tómbolas benéficas, visitas a ancianos de la hermandad, recogidas de alimentos, cenas, homenajes… siempre como perfecta anfitriona. La más bella, elogiada y admirada como un verdadero icono. Pero… se aburrió, se cansó, se hartó. De los halagos y de las críticas. De la falta absoluta de libertad en este pueblo vigilado por cientos de visillos y cortinajes verdes y morados que después iban a sus padres y hermanos con el cuento. Así que en la víspera de la boda, en la celebración de una verbena en la ribera, desapareció en el río. Muchos dijeron que vieron como su barquita se volcó y cayó al agua en el alboroto que se forma en la cucaña. Muchos la acusaron de querer verse tan bella como iba reflejada en las aguas. Incluso juraron ante la policía que la vieron flotando en sus aguas rodeada de flores como el cuadro de Ofelia que desde entonces preside el Casino. Pero simplemente se fue. El sepulcro está vacío.
Nuestra protagonista salió del templo reconfortada. Y con su vestido morado y de la mano de su marido recorrieron a pie el camino a casa. Las persianas siempre echadas, las de macetas color lavanda se elevaron y dejaron ver sus cortinas moradas. Y cuentan incluso en un paroxismo de fraternidad algo teatral que la camarera mayor de la innombrable acudió en acción de gracias con un centro de lirios morados ante el Vero Icono para así zanjar una rivalidad extrema perpetuada durante siglos, con la leyenda “La Inmemorial Archicofradía de la Túnica Sagrada a la Legendaria Archicofradía del Vero Icono” impresa en una cinta verde y morada. Los lirios se marchitaron como Doña Perpetua que sufrió tal patatús al ver las flores que nunca más despertó. Pero twitter, que todo lo guarda, aún mantiene el tweet fijado por su alcadesa:
@rosi_alcaldesa: “Día histórico en ntro pueblo. Joanna de la Fuente, camarera mayor del V. I. ha demostrado, con un sencillo pero impensable gesto, que en este pueblo todos somos iguales por encima de costumbres, diferencias, rivalidades y colores”.