Dice el director de cine José Luis Garci que la Navidad siempre ha empezado el día del sorteo de la Lotería de Navidad. El canturreo en los transistores de los niños de San Idelfonso era el parteaguas entre la escuela y el comienzo de las vacaciones oficiales, normalmente incluso muchos años coincidía con la entrega de notas.
En este 2024 el hecho de que los premios y el Gordo se vayan a dar en domingo hace que tenga más sentido si cabe la tradición de muchas familias de comprar churros con chocolate caliente y sentarse a ver cómo van moviéndose los bombos. Cábalas que forman parte ya de un sorteo extraordinario que forma parte de la esencia de España y es algo tan autóctono como los especiales televisivos de Raphael, que ojalá esté sano muy pronto
Evidentemente, es un día para tertulias en churrerías, cafeterías y bares. Es una jornada para ir con los parroquianos del bar de donde se juega el décimo esperando que el número que se lleva con los vecinos o amigos sea el agraciado. Y si se obra el milagro descorchar rápido el champán.
Hay quien juega de año en año, durante décadas y generaciones el mismo número. Los que cada ciudad que visitan tienen que llevarse un boleto con el clásico «por si acaso». Las personas que llevan lotería de los trabajos en los que están o han estado, vaya que caiga la bomba del ‘Gordo’ y una lluvia de millones de euros y se vaya a ‘prejubilar’ todo el mundo y el que no lo lleva se lleve un chasco doble.
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En el Teatro Real de Madrid, donde se celebra cada 22 de diciembre el sorteo, hay quien se viste de forma estrambótica y se disfraza para dar color a lo que no deja de ser un espectáculo nacional y una tradición muy española. A nivel local en ciudades como Málaga hay peñas y bares donde también existe la costumbre de reunirse en grupos grandes de gente y celebrar esta jornada semifestiva.
Hay quien se pone una prenda de ropa de la suerte o se encomienda a sus particulares santos para ver si su boleto y el número elegido cae, toca, aparece en la pantalla con los niños cantando aquello de muchos ceros y muchos euros.
Después del chasco de seguir otro año más ‘pobres’ toca consolarse con la salud el que la tenga y, como mucho, revisar los billetes por si alguno contiene aunque sea una pedrea, 100 eurillos al menos. Aunque, la mayoría de las veces ni eso.
Por cierto, otra tradición es la de gente que no soporta ver a los premiados en la televisión descorchando el champán. Día de historias simbólicas y bonitas porque muchas veces el dinero cae en sitios necesitados, pero una jornada también en la que hay quien prefiere desenchufar y no regocijarse en la ventura de los que salen por la tele emocionados por su ‘nueva vida’.