En la Semana Santa de los grandes estetas, los detalles cobran una importancia capital. Tal es así que la sutil diferencia entre la exquisitez y una peralta del tamaño de un castillo de la Provenza radica en nímias apreciaciones que al común de los horteras mortales pasan desapercibidos, pero a los ojos del experimentado influencer de sacristía es digno de excomunión o retirarle la suscripción al Vogue, lo que pille más a mano.
A día de hoy decantarse en la elección por un Chantilly o de Blonda puede acarrear sesudas discusiones en el ágora del despelleje, cuando no el señalamiento por generaciones con algún que otro mote que persiga a sus familiares del tipo “Antoñito Pañitocroché” por su escaso gusto con el encaje.
Y es que como decía Jean Marie Bellacour “De la luz a la oscuridad se viaja en un detalle” (no busquen ni al autor ni la frase que me lo acabo de inventar), las vestimentas, los ornamentos, la disposición de las imágenes según las sagradas escrituras de la composición, las músicas apropiadas, si son desconocidas y jamás interpretadas hasta el momento (que digo yo que por algo será) mucho mejor.
La elección de las lecturas, los espacios recónditos donde apenas quepa un suspiro de drama intenso postalmuerzo dominical (Acosada por su Cuñada, ya en sus mejores siestas) entre la pared y la tulipa del arbotante, la convocatoria a plumilla para anunciar el devoto y desértico triduo, el sacerdote de San Jawiskfinski de la Hipotenusa que viene expresamente para la celebración de la misa solemene ya que existe una vinculación con la parroquia citada encontrada por el archivero en unos legajos usados como separador de lectura en un “Grandes Aventuras de Mortadelo y Filemón” del 807 AdC.
Detalles a fin de cuentas que marcan la diferencia, que denotan lo que es una hermandad de verdad, de otras que son simple simulacro. Y todo eso es maravilloso, plausible y necesario, porque el detalle nos lleva al éxito (esto sí existe que lo he leído en alguna taza) sin embargo quizá hayamos obviado algún pequeño detalle que nos está enviado a la lona con un crochet de realidad que todavía no sabemos por dónde nos ha venido. Y ese detalle más allá de lo estético y litúrgico son los hermanos y hermanas.
Toda esa gente que te sostiene la casa durante el año y, que llegado el día, se pone bajo el varal o coge el capirote. Toda esa gente a la que solo echamos en falta cuando tienen que pasar por caja o engrosar los números que se exhiben en el boletín anual. Toda esa gente a la que damos por hecho tienen que venir a limpiar plata porque es su obligación, o asistir a los cultos, o diseñarte los 4 memes para redes sociales, o retratarse para unas cabezas de varal, una túnica o una toca de sobremanto.
Quizá ahora hemos caído en el pequeño detalle de que cada cual aporta lo que puede y que todo eso suma, que las malas caras y los humos restan, que si dejan de venir hay que interesarse por qué lo hacen, que nuestro fantástico programa de gestión de cuotas también puede sacar un listado mensual de cumpleaños a los que simplemente hay que enviarles un correo electrónico deseándoles felicidades, o un abrazo de apoyo si sabemos que ha perdido un ser querido o de alegría si ha tenido un hijo/a. Pequeños detalles que hacen que el que está se quede y el que tiene que venir se sienta atraído. Detalles tan absolutamente caros -por lo poco que se usan- como simplemente… GRACIAS.