Los juegos de invierno que se celebran estos días en Beijing, escaparate al mundo para mostrar las excelencias tecnológicas del gigante económico chino, han centrado la atención del mundo no por el deporte en sí, sino por el acuerdo comercial y de amistad cerrado entre los presidentes rusos Vladimir Putin y su homólogo chino Xi Jinping, con el trasfondo de la crisis ucraniana con occidente y las ansias expansionistas chinas en Taiwán y otras islas del Mar de la China Meridional.
El pacto no ha dejado indiferente a las economías de Estados Unidos y la Unión Europea, sembrando de nuevo la inquietud, Rusia se ha comprometido a incrementar, doblando el suministro de gas a China desde sus plantas situadas en la península de Yamal a través de un nuevo gasoducto, Power of Siberia 2, gestionado también por la compañía Gazprom, un nuevo as sacado de la manga del líder ruso para esquivar las amenazas de sanciones anunciadas por Estados Unidos y la Unión Europea, demostrando su postura de no dar su brazo a torcer con Ucrania.
Acuerdo chino-ruso a la luz del mundo, económico y de amistad entre las dos superpotencias que se apoyan solidariamente contra las críticas de las Naciones Unidas por sus planteamientos expansionistas en sus esferas de influencia, y que desplaza el eje geoestratégico hacia el continente asiático, contrapesando a la alianza económico-militar AUKUS, formada por Australia, Japón y Estados Unidos, y a la que se han sumado otros aliados como India, Filipinas y Reino Unido.
Existe la duda si dicho acuerdo esconde algún protocolo secreto como aquél firmado entre la Unión Soviética y la Alemania nazi en agosto de 1939 y que dejó helado al mundo cuando las antagónicas ideologías totalitarias sumaron su gigantesco potencial económico y militar, y cuyas cláusulas implicaban el reparto de las áreas de influencia en el continente europeo.
La carrera por los recursos y los mercados es el telón de fondo común que tiene China con su amigo ruso, y al que Estados Unidos le ha puesto coto desde que fracasara el acuerdo comercial firmado con el presidente Trump, reanudando la guerra comercial interrumpida en 2020 con la aprobación esta semana por la Cámara de Representantes de la Ley de Competitividad, endureciendo las inversiones en China y con el veto en el mercado norteaméricano a más de 30 empresas, argumentando violaciones de los derechos humanos contra la minoría étnica uigur, excusa utilizada también en su boicot a los juegos de invierno.
El tigre chino se ha lanzado a la conquista comercial del mundo introduciendo con muy buen acierto el comercio de sus productos por los mercados mundiales, cerrando contratos ventajosos recíprocos en su nueva Ruta de la Seda, traducida en infraestructuras portuarias interconectadas, al tiempo que relanza las débiles economías de muchos países de África y Sudamérica, si el mercado de la soja me es esquivo con los yankies, firmo con Argentina un nuevo acuerdo. Coexistir, como dijo Zhou Enlai, sin injerirse en la política de los otros estados, lo que hagas en tu casa es cosa tuya.
La China del gran salto adelante ahora sí es real, diríamos que es hipersónica como la de sus nuevos misiles, la brecha por el elevado déficit en la economía estadounidense es cada vez mayor, haciendo bueno el sistema de economía mixta que fomentó Deng Xiaoping respaldado por el partido comunista.
Sin embargo, sus mayores recelos los crea ella misma con su hermetismo en la información que ofrece al exterior con su especial gestión de los derechos humanos, la opresión a la ciudadanía con el control de las redes sociales y el altísimo consumo de energía que demanda su velocidad industrial, que se traduce en las más altas emisiones de CO2 a la atmósfera, a lo que se une el misterioso origen en Wuhan de la pandemia del coronavirus SARS-Cov-2 que asola al planeta desde 2020.
Con todo, las macrocifras son claramente positivas a pesar de la desaceleración provocada por la pandemia, para que China se convierta en la primera potencia económica en esta década.
Juan Romero Crossa (geógrafo)