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Fijada entre los años 3.800 y 3.600 a.n.e. la fecha más «verosímil» de construcción del dolmen de Menga

El libro «Dolmen de Menga. Intervención de 2005-2006», coordinado por el profesor del departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla Leonardo García Sanjuán y publicado recientemente por la Editorial de la Universidad hispalense y la editorial Almuzara, fija entre los años 3.800 y 3.600 antes de nuestra era (a.n.e.) la fecha más «verosímil» para la construcción de este «extraordinario» monumento megalítico.

Dado que no consta en dicho arco temporal ni en los siglos previos ningún monumento megalítico en todo el sur de la Península Ibérica «que se aproxime en complejidad» al dolmen de Menga, los autores de este trabajo plantean además las hipótesis de que los conocimientos necesarios para su erección derivasen de la experiencia previa en la instalación de menhires, o de información cosechada gracias a «contactos interregionales» con poblaciones de otras zonas de Europa.

El volumen en cuestión, según explica a Europa Press el profesor Leonardo García Sanjuán, consta de 486 páginas divididas en 16 capítulos, que contienen un «amplio estudio multidisciplinar de todo el registro arqueológico» cosechado en las excavaciones acometidas entre octubre de 2005 y febrero de 2006 en este imponente monumento megalítico, buque insignia de los Dólmenes de Antequera (Málaga), un enclave declarado Patrimonio Mundial en 2016 e indiscutible referente del megalitismo en Andalucía y en toda España.

Y es que además de los valores propios del enclave, que abarca también a las construcciones megalíticas de Viera y El Romeral, el dolmen de Menga está caracterizado por notables singularidades.

LA SINGULARIDAD DE MENGA

La alineación de su eje central, por ejemplo, no se corresponde con el lugar de salida del sol como resulta común en los megalitos del sur de la península Ibérica, sino con La Peña de los Enamorados, la montaña de silueta antropomórfica que domina el paisaje de la Vega de Antequera, contando por cierto con un abrigo decorado con pinturas rupestres, al que apunta precisamente el eje de Menga.

El citado estudio científico sobre el registro arqueológico obtenido de la intervención promovida en el dolmen de Menga entre 2005 y 2006 es fruto del trabajo de un equipo de 33 investigadores de España, Francia, Grecia, Portugal y Reino Unido; pertenecientes a las universidades de Alcalá de Henares, Atenas, Bretaña Sur, Córdoba, Durham, Granada, Jaén, Lisboa, Salamanca y Sevilla; así como a organismos como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), el Centre Nationale de la Recherche Scientifique (CNRS) o el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH).

Especialmente, el profesor García Sanjuán destaca la colaboración entre el equipo de la Universidad Hispalense que ha coordinado este trabajo y el grupo de investigadores de la Universidad de Granada que acometió las excavaciones promovidas en el dolmen de Menga entre 2005 y 2006, con Francisco Carrión Méndez al frente.

LA FECHA DE CONSTRUCCIÓN

Entre los resultados de este estudio, García Sanjuán resalta que ha sido posible «fijar por fin la fecha de construcción» del enclave «con una alta certidumbre científica». «Hasta ahora teníamos algunos indicios buenos, pero con este estudio de las muestras recogidas en la excavación de 2005 y 2006, al fin tenemos una fecha muy verosímil y muy creíble», enfatiza detallando que para ello los investigadores se han servido de «varios métodos distintos de datación», como el radiocarbono o la luminiscencia por estimulación óptica.

Los resultados de estos trabajos, así, reflejan que el dolmen de Menga fue construido entre los años 3.800 y 3.600 antes de nuestra era, una información «crucial» porque para la ciencia, según García Sanjuán, «poner el dolmen de Menga en su tiempo era una prioridad de primer orden». Se trata, según sus palabras, de «un gran avance» en el conocimiento de esta emblemática construcción megalítica, porque «hace sólo 20 años se manejaba la idea» de que el dolmen de Menga había sido levantado durante la Edad del Cobre, en un periodo «casi mil años posterior» al que ahora ha sido fijado.

Pero esta datación, según precisa el coordinador de este estudio, «plantea toda una nueva serie de cuestiones», pues no consta que en el mencionado arco temporal hubiese en el sur de la Península Ibérica «ningún monumento megalítico que se aproxime en complejidad al dolmen de Menga», lo que irremediablemente suscita la interrogante del origen de los «conocimientos de ingeniería y arquitectura» usados por los constructores de un monumento de tan «extraordinario» porte.

EL «PROBLEMA» DE CÓMO FUE CONSTRUIDO

El investigador del Instituto Español de Oceanografía (IEO-CSIC) José Antonio Lozano Rodríguez, quien participa en este estudio, acumula de hecho «cuatro años» trabajando en esclarecer el «problema» científico correspondiente a «cómo» fue levantado este imponente dolmen, pues como insiste García Sanjuán, «en los siglos previos» a su construcción no se aprecia en las sociedades prehistóricas de su contexto geográfico «una evolución gradual» que refleje la construcción de «monumentos cada vez más complejos».

Dado el caso, este estudio plantea dos hipótesis, comenzando por la posibilidad de que los constructores del dolmen obtuviesen los conocimientos de «la experiencia previa en la erección de menhires», si bien en el sur peninsular «todavía» no hay «datos de buena calidad sobre las edificaciones o espacios rituales conformados con menhires».

«CONTACTOS» CON OTROS PUEBLOS DE EUROPA

La segunda opción apunta a que los constructores del dolmen de Menga «se beneficiasen de la experiencia» de pueblos de otras regiones de Europa, gracias a la «intensidad de contactos interregionales» que ya operaba en ese periodo de la Prehistoria.

Al punto, García Sanjuán indica que en el periodo temporal en el que se encuadra la construcción del dolmen de Menga, la fachada atlántica de la actual Francia y «sobre todo» la región gala de Bretaña concentra un gran número de construcciones megalíticas, destacando en dicha zona los alineamientos de Carnac o el gran túmulo de Saint Michel, por ejemplo.

Así, los constructores del enclave de Menga habrían contado con «conocimientos importados», mediante «la transmisión» oral o gracias a «la gente que viajaba», según argumenta Leonardo García Sanjuán.

LA «SIGNIFICACIÓN» DEL CERRO

Unido a ello, según explica el coordinador de este libro, el mismo plantea también como «gran cuestión» la «significación» del cerro donde se alza el dolmen de Menga, en plena Vega de Antequera, antes de que fuese acometida su construcción.

Al respecto, explica que partiendo de la base de que para conformar el túmulo que cubre el dolmen fue usada la propia tierra del cerro, las excavaciones arqueológicas de 2005 y 2006 en el enclave, abarcando el citado túmulo, arrojaron que el mismo contenía una cantidad «bastante abundante» de cerámica.

Esa cerámica constituye, en palabras de García Sanjuán, «una instantánea de lo que había en el cerro antes de la construcción del dolmen de Menga», tratándose de cerámica «muy rodada y triturada», es decir que son fragmentos que estuvieron bastante «tiempo estratificados en el suelo del cerro antes de pasar a formar parte del túmulo».

Fruto de ello, se deduce que antes de la construcción del dolmen, el cerro contó con «una frecuentación humana muy intensa», lo que se encuadra en la «densa ocupación» de la Vega de Antequera, con «comunidades importantes» como la que «evidencia» el yacimiento del poblado neolítico de Arroyo Saladillo, por ejemplo.

«Todo apunta a en los siglos previos a la construcción de Menga, la Vega de Antequera acogía ya una importante actividad humana», enfatiza García Sanjuán, exponiendo que en la «tradición de agregacionismo asociada» a esta zona el cerro del dolmen «juega un papel especial».

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