En el fin de la tierra está Yamal, una península rusa en los límites del Círculo Polar Ártico en su subsuelo permanentemente helado se esconde la sangre del mundo industrializado, bajo esa vegetación achaparrada de la tundra se encuentran las mayores reservas de gas natural del mundo, explotadas por el gigante energético Gazprom, el emporio gasista de capital privado y controlado por el estado ruso que lidera la producción mundial y que suministra hasta ahora ese vital recurso a la sedienta Europa báltica y central. Desde esa latitud parten los ramales de la red de gasoductos que llevan el preciado gas atravesando en superficie las estepas de Ucrania y Bielorusia, y también desde el golfo de Finlandia bajo el mar Báltico por el tan discutido Nord Stream hasta la costa alemana.
En los tiempos oscuros del estalinismo esa región fue el centro del archipiélago Gulag que nos desveló Alexander Solzhenitzyn, con el campo de Vorkutá como principal centro penitenciario soviético, donde entonces el carbón se extrajo de su subsuelo a ritmo de trabajos forzados por ciento de miles de enemigos del pueblo, entre los que se contaron centenares de prisioneros del Eje que expiaron sus culpas por la fracasada invasión de la Unión Soviética en 1941, y es que la Operación Barbarroja ejecutada por la Alemania del III Reich pretendió arrebatar sus inmensos recursos con el fin de dominar la economía mundial, nada se ha inventado ayer ni hoy.
En la crisis actual Rusia tiene la sartén por el mango, el poder que le otorga ser el primer suministrador de gas de la Unión Europea está sirviéndole para mantener bajo presión a Ucrania, intentando alejarla de sus pretensiones proeuropeas, y amenazando con cerrar el grifo si no se cumplen las condiciones impuestas sobre la mesa de negociaciones con Estados Unidos, principal valedor de la causa ucraniana en su acercamiento a la esfera económico y militar de la alianza atlántica.
Las acusaciones de la administración Biden sobre los movimientos de tropas rusas en las fronteras de Ucrania con fotografías de satélites de por medio, y cuestionadas por su veracidad, denotan que Rusia no ha rebajado la tensión y en consecuencia el Pentágono ha respondido con el envío de un simbólico contingente de apoyo a países limítrofes de la OTAN, que se suman a los ya enviados por otros socios de la alianza. Putin por su parte, sigue negando las acusaciones de invasión a pesar de mantener las maniobras militares previstas la semana próxima con su aliado el líder de la Rusia Blanca, Lukashenko.
El flujo del gas es al final lo que interesa, el pánico ante la previsible carestía del gas está empezando a notarse de manera preocupante y los países europeos están que tiemblan ante la posibilidad que esta amenaza sea real, cada cual está buscando la forma de salvar los muebles por su cuenta, así, el viaje del primer ministro húngaro a Moscú, muy criticado por sus socios comunitarios ha levantado ampollas por el apoyo al presidente ruso a cambio de obtener un contrato de suministro de gas a un precio de amigo, y es que Hungría además es una de las puertas del gasoducto que reparte el gas al corazón de centroeuropa y veremos cómo amortiza dicho negocio.
Visto el desértico porvenir energético que se avecina en las reservas europeas, y si el apocalipsis llegara dejando de fluir el gas ruso a precio razonable, o no en el peor de los escenarios, la Comisión Europea convencida por la Francia nuclear de Macron, en un truco de prestidigitadora de su presidenta la señora von der Leyen, que ha anunciado la propuesta al Consejo y al Parlamento que ahora la energía nuclear y el gas sean
consideradas energías de transición a verdes, en detrimento de la solar y eólica, ver para creer, hemos pasado de aquella pegatina del solecito sonriente al nuclear?, sí gracias. Lógicamente, la mayoría de países mediterráneos y escandinavos y alguno centroeuropeo como Austria no van a tragarse este sapo, y menos quien tenga que asumir la custodia de los residuos radiactivos, por no hablar del riesgo a un escape.
Todos quieren hacer negocio aprovechando el río revuelto, el primero Estados Unidos, hoy tan solidario y que en agosto dejó en la estacada al pueblo afgano después de pactar su salida exclusivamente con los talibanes. Las compañías gasistas norteamericanas ya se frotan las manos con el negocio de los transportes por barcos metaneros que partan desde Qatar y otros puntos para suministrar gas líquido a factorías aptas para regasificarlo en la península Ibérica.
Como si esto fuera tan fácil, claro, ya que ni ese país tiene capacidad de producir más gas natural para atender esta demanda, ni las instalaciones peninsulares pueden soportar que el flujo llegue a todos los socios europeos que lo necesitan, especialmente a Alemania, primer perjudicado si se bloquea el gasoducto marino, y por supuesto la factura, cada día más elevada por culpa de los impuestos, ya inasumible para millones de hogares europeos.
La geopolítica mundial enseña los dientes, Rusia y China ya han formado un inquietante eje económico, Oriente vs. Occidente se enfrentan de nuevo por los recursos del planeta, superpotencias manejadas por grandes multinacionales sedientas de dinero, el verdadero gran Leviatán.