El profesor reunió a sus hombres en el vestuario y trazó el plan sobre la pizarra, aunque al final saltó todo por los aires y hubo que improvisar. No vestían un mono rojo ni máscaras de Dalí, como los cacos que se colaron en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre en la serie de ficción, sino camisetas de franjas horizontales y un escudo plagado de cicatrices. Falló la estrategia, pero venció la eterna lucha, en un asalto exprés al Carlos Belmonte. Tenía que ser allí, el escenario que encumbró al equipo que acabaría haciendo historia con Diego Martínez a los mandos, donde este Granada de Fran Escribá confirmara su resurrección. El conjunto rojiblanco se ha impuesto al Albacete con menos holgura de la que sugiere el 0-2 final, aunque los puntos valen igual. El exrojiblanco Pepe espoleó a su antiguo equipo, con un autogol en un escorzo por robarle el balón a Lucas Boyé, y Hongla redondeó el resultado, asistido por el ariete en un ataque fugaz. Lo justo para colocar al cuadro nazarí, al menos momentáneamente, en puestos de playoff.
No fue un choque memorable, ni mucho menos, y probablemente habrá quien cuestione la justicia del tanteo definitivo, pero en la práctica cuenta lo mismo que el triunfo frente al Almería. Escribá logró romper la dinámica negativa a domicilio para alimentar la fe del granadinismo, en una subida de esta montaña rusa en que hace tiempo que se convirtió el curso. Lo que hace un par de semanas parecía imposible, ahora se ve al alcance. Es lo positivo que araña de un encuentro en el que el Albacete dispuso de ocasiones para amarrar los puntos. Mariño sacó a relucir sus habilidades arácnidas y Lucas Boyé, todo pundonor, cargó de nuevo en su fornida espalda el peso de llevar al Granada de nuevo a Primera. Se lo ha propuesto, como en su día Uzuni, y no parece que haya quien le frene.
El Granada se fue nublando conforme discurría la tarde, aunque a decir verdad no llegó a mostrar demasiada consistencia en todo el duelo. Sí se presentó con la tensión que la cita requería, al menos para resistir las embestidas de un Albacete correoso. El conjunto rojiblanco asomó por el Carlos Belmonte con el semblante serio y el ceño fruncido, como si la ineludible realidad que le viene lastrando a domicilio finalmente hubiera calado en el vestuario. Quiso, como frente al Almería, allanarse pronto el camino, inquieto Abde Rebbach para apretar el gatillo, aunque sin atino. Pero los de casa son un equipo irreverente que, henchido de confianza de un tiempo a esta parte, no se arruga, por más que su adversario acudiera a la cita con la careta de Ghostface. Poco a poco, fueron envolviendo al cuadro dirigido por Fran Escribá, afilados en cada transición y pegajosos en su trinchera, hasta hacerle pasar un mal rato.
La peligrosidad manchega se dejó ver pronto, en órbita el remate tras el córner, lo que electrizó el arranque. Los de franjas horizontales se animaban por donde inventaba Rebbach, que sirvió con la pierna que solo usa para subir al autobús y por poco no metió en problemas a Lizoain, pero quien infundía temor era Morci, una centella por el perfil zurdo. Curvó un centro que Martón logró cabecear, seguro Mariño para blocar. Eran minutos de cierto descontrol, un ida y vuelta del que cualquiera podría haber salido mal parado, aunque sin damnificados. El Alba se desplegaba con celeridad cada vez que detectaba la posibilidad de salir a correr; los rojiblancos, entretanto pretendían mantener cierto control, pero las musas no pasaban por el Carlos Belmonte y todo salía chicloso.
La insistencia manchega fue aculando al Granada, en lo que Mariño buscaba alguna cabina en la que enfundarse el traje de superhéroe. A Kofane le salió desviada una chilena, poco antes de que Jaume Costa pidiera el cambio por lesión, y Riki Rodríguez cruzó demasiado una descarga de Agus Medina. La conexión entre el lateral y el mediocentro volvió a funcionar más tarde. El zaguero hizo levitar el esférico, como aleccionado en la escuela Hogwarts de magia y hechicería, para que el centrocampista rematara en un salto de delfín. El guardameta respondió con reflejos felinos y pidió calma a sus compañeros, que empezaban a agobiarse. El Albacete seguía a lo suyo, merodeando las dependencias granadinistas, pero sin hincar el colmillo.
Tras el entreacto continuó el ataque local, ahora con más inquina. Fidel se perfiló y pegó abajo, impasible Mariño, a lo que replicó el conjunto rojiblanco con la caballería. Abde se escapó al toque de corneta y puso atrás un pase de los mortales. No logró capturarlo Boyé, pero sí Sergio Ruiz en segunda línea, para mandarlo directamente a la grada. Morci sacó de la pista a Rubén Sánchez con un baile que el catalán desconocía y conectó un zurdazo que palmeó el arquero nazarí, un gigante férreo con el que soñarán los albaceteños. El extremo argelino del Granada respondió de nuevo, con la jugada que patentó Arjen Robben, aunque sin la definición del neerlandés.
Mostraba otro rostro el equipo de Escribá, pero faltaba algo. El técnico miró al banquillo y vio un bigote, el de Trigueros, que le prendió la bombilla. Saltó de la mano de Stoichkov para, al igual que sucedió la semana pasada, encarrilar la cita. No tardaron en encontrarse, en aparente fuera de juego el delantero, aunque lo que logró el mediocentro en realidad fue despejar los nubarrones que ya tenía el Granada encima. Aun con ello, el Albacete continuaba azotando. Morci recogió una pelota sin dueño y armó el cañón, con más potencia que dirección.
Sucedió entonces lo imprevisible, porque la mejoría granadina no parecía suficiente para noquear a su adversario de la manera en que al final lo hizo. Sergio Ruiz sacó al equipo de la cueva para encontrar a Lucas Boyé, que cedió el esférico de inmediato a Stoichkov. El de San Roque habilitó raudo el movimiento del argentino, que pretendió controlar, pero apareció el exrojiblanco Pepe, que pareció comprender que sus antiguos compañeros necesitaban un cable. Robó con tanta contundencia como falta de cálculo y la pelota salió disparada hacia su propia portería. Éxtasis en la esquina de los más de 600 aficionados desplazados y el Alba, sobre la lona.
La moral manchega se resquebrajó y Lucas Boyé olió la debilidad nada más reanudarse el juego. Erró Juanma García en el pase atrás, aletargado, y el argentino, avispado, pisó el acelerador. Contemporizó al llegar al área hasta que llegara Martin Hongla, a quien pareció congelársele la sangre en el mano a mano con Lizoain. Los rojiblancos en la grada acariciaron el nirvana. En un parpadeo, el Granada estaba en playoff. Cuando todo parecía perdido, una nueva esperanza brota en torno al conjunto rojiblanco. Lo creyó y está ganando adeptos. Así, desde luego, sí puede.
Ficha técnica:
Albacete Balompié: Raúl Lizoain; Agus Medina (Higinio, 87’), Pepe (Nabil Touaizi, 86’), Lalo Aguilar, Jaume Costa (Juanma Alcedo, 28’); Fidel (Juanma García, 74’), Riki Rodríguez, Javi Villar, Jon Morcillo; Christian Kofane (Javi Rueda, 74’) y Martón.
Granada CF: Diego Mariño; Rubén Sánchez, Miguel Rubio, Loïc Williams, Carlos Neva (Ricard, 86’); Sergio Ruiz, Martin Hongla, Gonzalo Villar (Manu Trigueros, 64’); Giorgi Tsitaishvili, Abde Rebbach (Stoichkov, 64’) y Lucas Boyé (Borja Bastón, 89’).
Goles: 0-1: Pepe, en propia puerta, min, 76; 0-2: Martin Hongla, min. 77.
Árbitro: Rubén Ávalos Barrera, del comité catalán. Amonestó al local Javi Rueda, así como a los visitantes Miguel Rubio, Gonzalo Villar y Martin Hongla.
Incidencias: encuentro correspondiente a la 35ª jornada de Liga en Segunda División, disputado en el estadio Carlos Belmonte, ante 10.607 espectadores.