«Se llamaba Manuel, tenía diecinueve años y era de Málaga. (Todo eso me ha pasado a mí). Le han asesinado de un balazo por la espalda. (Si a mí me ocurriera eso, posibilidad que ningún español debe descartar, ya no sería un muerto joven, ni estaría en disposición de dejar un cadáver de buen aspecto)». De esta manera arrancaba el inolvidable artículo de Manuel Alcántara escrito en caliente tras la muerte del malagueño Manuel García Caparrós en la manifestación por la autonomía del domingo 4 de diciembre de 1977.
La columna, publicada de arriba a abajo en la segunda página del diario ‘Arriba’, se publicó el martes 6 de diciembre, puesto que en aquella época las asociaciones de prensa provinciales solamente autorizaba a la ‘Hoja del Lunes’ a salir a la calle. Han pasado ya 47 años de la muerte de García Caparrós y de aquel artículo de ‘Manuel, de Málaga’ mientras todavía reclama justicia la familia de aquel que se quedó para siempre joven.
El logro de Alcántara ante un suceso tan importante no fue sólo plasmar con su sentida prosa la importancia del momento histórico, sino que además fue el único que se atrevió a calificar el acto de «asesinato» en una época convulsa y donde la Transición era todavía una aspiración. Lo pagó con un mal rato y hasta desde el periódico ‘Alcázar’ pidieron cárcel para alguien que con su máquina Olivetti solamente se dedicó a contar las cosas lo más parecidas a la realidad o como él las miraba.
García Caparrós, el malagueño que aún espera justicia casi medio siglo después de su muerte
Hoy el 4D ya ha sido reconocido con la Junta de Andalucía (bajo el manto de un PP también entregado al identitarismo) como el Día de la Bandera Andaluza y prácticamente se ha convertido en una fecha simbólica de la Autonomía que tiene casi más peso en determinados ambientes que el 28 de febrero. El Gobierno de España ha pedido ahora el reconocimiento oficial de García Caparrós como víctima del postfranquismo y cada año se suceden los homenajes, sin que por otro lado parece que se vaya a esclarecer del todo nunca la verdad de unos hechos tan confusos y dolorosos.
Un asesinato, como ya afirmó en su día Alcántara, que en aquella España que intentaba todavía pasar del blanco y negro al color se quiso tapar. Rodolfo Martín Villa, quien fuera ministro de Interior y un político fuerte de la dictadura franquista, puso a funcionar la oscura maquinaria para que aquellos que quisieran salirse del tiesto como Alcántara recibieran su rechazo.
El periodista malagueño, tres décadas más tarde, lo recordaba en un artículo publicado en ‘Sur’ y las cabeceras de ‘Vocento’ que se titulaba ‘La edad de los muertos’: «Hace 30 años, el mismo día del suceso, porque a mí me gusta escribir en caliente aunque con toda la sangre fría posible, publiqué un artículo. A la muerte de aquel muchacho entusiasta que participaba en una manifestación reclamando lo suyo, la llamé asesinato. Procuro, casi siempre en vano, aplicar la palabra exacta. Asesinar, en el diccionario, es asesinar alevosamente, por precio o con premeditación».
Alcántara reconoció que aquello le costó un lío con el Régimen (porque aunque acabada la dictadura lo seguía siendo). Su prosa infinita, regada de verdad, dejó aquel ‘Manuel, de Málaga’ de 1977 para la posteridad, quizás el mejor epitafio que se le pudo dedicar a García Caparrós pese a que no lo conocía: «No sé nada de Manuel, Ni qué estudiaba, ni dónde trabajaba, ni cuáles eran sus ideas. Sé que era de allí, que trataría las mismas esquinas que yo traté en mi infancia y las mismas bocacalles y otras generaciones de jazmines y otras idénticas y un viento de terral muy parecido».
Un vistazo a la hemeroteca de aquellos días marcados todavía por la Prensa del Movimiento, en la que publicó este artículo Alcántara, demuestran lo serio que era escribir algo así y las consecuencias que podía tener. Esto no es óbice para que terminara aquellas palabras de esta forma: «Manuel, me parece a mí, no tenía por qué haber muerto, sólo por creer que es bueno que Andalucía despierte. El hecho de que España sea «varia» no hay que entenderlo como un puzle, sino como un lujo. Son muchos Manueles. Y no quieren quejarse melodiosamente y a solas, como en el flamenco, sino juntos. Hay crespones en el sitio donde cayó Manuel. Y unas velas ardiendo. Pero faltan más Manueles. Y más cera que la que arde. Mucha más».